"Formación de Estado-Nación"
El Estado-nación constituye un modo de organización de la
sociedad relativamente reciente en la historia de la humanidad. El surgimiento
del Estado moderno puede situarse a raíz del Renacimiento, mientras que la
conformación del concepto de nación, a pesar de formarse paulatinamente a lo
largo de la época contemporánea, sólo se consolida a finales del siglo XVIII.
El Estado-nación, propiamente dicho, surgió a principios del siglo XIX y
alcanzó su apogeo en el curso del siglo XX. Sin embargo, a pesar de que este
concepto tiene una acepción muy amplia y que abarca en el acervo cotidiano
cualquier modo de organización estatal, muchos Estados de hoy no se clasifican
como Estados-naciones. En una época en la que el Estado-nación está enfrentado
a un proceso de debilitamiento, es necesario recordar los orígenes del concepto
para comprender los procesos evolutivos en curso.
El Estado-nación se ha conformado en el transcurso de un
proceso histórico que se inició en la alta Edad Media y desembocó a mediados
del siglo XX, en el modo de organización de la colectividad nacional que
conocemos en la actualidad. Para llegar al concepto y a las instituciones que
sustentan este modo de organización fue necesario, en primer lugar, disociar
las funciones que cumple el Estado, de las personas que ejercen el poder. Con
la conformación del Estado moderno, se llegó progresivamente a la conciencia de
que el orden político transcendía a las personas de los gobernantes. Así nació
el Estado moderno, un Estado que no confunde las instituciones que lo
conforman, con las personas que ocupan el poder, y que asume un conjunto de
funciones en beneficio de la colectividad.
Paralelamente, fue conformándose el concepto de nación,
entendido como la colectividad forjada por la Historia y determinada a
compartir un futuro común, la cual es soberana y constituye la única fuente de
legitimidad política. Esta conceptualización dio vida al Estado-nación a
finales del siglo XVIII y fue el fruto del movimiento de ideas que se
desencadenó con el Renacimiento y culminó en el Siglo de las Luces. Con ello se
inició un proceso de estructuración institucional de las comunidades nacionales
que se propagaría por toda Europa y el continente americano en el transcurso
del siglo XIX, y se ampliaría a escala mundial en este siglo, con el acceso a
la independencia de las antiguas colonias.
Con las ideas y los conceptos establecidos en el Siglo de las
Luces y propagados por la Revolución Francesa, quedaron definidos todos los
principios a partir de los cuales se edificarían los Estados-naciones durante
los dos siglos siguientes: la percepción de la nación como la colectividad que
reúne a todos los que comparten el mismo pasado y una visión común de su
futuro; la definición de la nación como la colectividad regida por las mismas
leyes y dirigida por el mismo gobierno; la afirmación de que la nación es
soberana y única detentora de legitimidad política; y la afirmación de que la
ley debe ser la expresión de la voluntad general y no puede existir gobierno
legítimo fuera de las leyes de cada nación.
El Estado-nación, sin embargo, no fue solamente el fruto del
movimiento de las ideas y la concientización de los pueblos --del Renacimiento
hasta el Siglo de las Luces--, sino también el resultado de las luchas por el
poder y de las confrontaciones sociales --desde la alta Edad Media hasta
nuestros días--, de las cuales el propio Estado fue tanto objeto, como
instrumento.
De la alianza entre la monarquía y la burguesía --nueva
fuerza ascendente a finales de la Edad Media--, resultaron la eliminación del
feudalismo y el nacimiento del Estado moderno en las sociedades más avanzadas
de la Europa occidental. La burguesía, a su vez, tomó el poder y se separó de
la Corona --como en las Provincias Unidas de Holanda, en el siglo XVII, o
Estados Unidos tras la guerra de independencia--, controló la monarquía por la
vía parlamentaria --en Inglaterra, a partir del siglo XVII--, o la derribó --en
Francia con el estallido de la Revolución, a finales del siglo XVIII.
Desde el punto de vista socioeconómico, y retrospectivamente,
la Revolución Francesa, con su cortejo de consecuencias a lo largo del siglo
XIX, constituye una etapa clave en la historia del mundo contemporáneo, pues
marca el acceso al poder de las burguesías nacionales y la reestructuración del
Estado en función de los objetivos de aquella clase. Se puede afirmar que al
concluir el siglo XIX, casi todas las burguesías nacionales controlaban el
aparato del Estado, y que éste había sido reorganizado con el fin de responder
a sus aspiraciones y a su proyecto económico. Con la revolución industrial, a
finales del siglo XVIII y principios del XIX, este proyecto se ajustó a las
características del nuevo contexto técnico-económico. Ya no se trataba entonces
de producir e intercambiar mercancías, basándose en procesos artesanales o
semi-industriales, sino de producir en gran escala, a partir de tecnologías
nuevas, que requieren una fuerte acumulación de capital, la explotación de
nuevas fuentes de energía y la movilización de una mano de obra abundante,
aportada por el mundo rural. Se configuraron de este modo las industrias
nacionales, al abrigo de dispositivos proteccionistas, así como espacios
abiertos a las ambiciones y a las rivalidades comerciales, lo que traerá como
consecuencia la creación de los imperios coloniales.
El siglo XIX, por lo tanto, se caracterizó por la hegemonía
absoluta de la burguesía en los planos político, económico y social, a pesar de
lo cual se generaron revueltas de la clase obrera y reacciones políticas en el
ámbito de la sociedad. A principios del siglo XX y confrontado por las
protestas sociales de amplias capas de la sociedad y el desafío de la
Revolución Rusa, el Estado burgués represivo del siglo pasado tuvo que
transformarse paulatinamente en Estado mediador y garante del bienestar en los
llamados países de economía liberal, al mismo tiempo que la clase media asumía
un protagonismo creciente en la vida política. En los llamados Estados
socialistas se implantaron, paralelamente, nuevas formas de administración de
la economía y de distribución de los bienes e ingresos. Bajo el impulso del
partido único y del Estado, se generó una sociedad sin clases, enmarcada, sin
embargo, por los aparatos del partido y del Estado.
Durante todo el proceso de su conformación y hasta el tercer
cuarto del siglo XX, el Estado asumió un protagonismo creciente en la gestión
de la economía y en la promoción del desarrollo. Entre los siglos XVI y XVIII,
los Estados europeos de la costa atlántica desempeñaron un papel determinante
en la conquista de nuevos territorios y en la promoción de vastos intercambios
comerciales con el llamado Nuevo Continente y el Extremo Oriente. A partir del
siglo XIX, con la revolución industrial, la función del Estado cambió: en
Europa occidental asumió un papel decisivo en la modificación de los marcos
legal e institucional y en la estructuración de nuevos espacios comerciales.
Contrario a muchas ideas prevalecientes, la transformación del capitalismo
mercantil en capitalismo industrial no modificó esencialmente el papel del
Estado en relación con la economía, sino que sus formas de intervención fueron
adaptándose a los nuevos requerimientos del proceso de acumulación.
Con la Revolución Rusa y la gran depresión económica de los
años treinta, aparecieron nuevas dimensiones: al desafío planteado por la
aparición de un modelo socioeconómico alternativo en la Unión Soviética se
añadió, para los países de economía liberal, la necesidad de hallar respuestas
a la grave crisis económica que azotó al sistema capitalista. Se indujeron así
iniciativas como la del New Deal en Estados Unidos y el desarrollo del
keynesianismo en la esfera de las políticas económicas. Dichos procesos
convergieron, en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, en una
intervención creciente del Estado en las economías nacionales, lo cual revistió
la forma de un control directo del proceso de inversión y de reparto de bienes
en las llamadas economías socialistas, y de una gestión indirecta en el proceso
de crecimiento y desarrollo económico en las economías llamadas liberales.
El análisis de este proceso permite afirmar que el Estado
siempre intervino en la esfera económica, aunque esta intervención revistió
formas sensiblemente diferentes según las épocas y los sistemas económicos.
Dichos procesos convergieron, en el período posterior a la Segunda Guerra
Mundial, en una intervención creciente del Estado en la economía que, sin revestir
modalidades idénticas, buscó garantizar niveles de protección social y de
acceso al bienestar significativamente mayores a los que el mundo había
alcanzado en épocas anteriores. Se puede por lo tanto afirmar que el Estado de
Bienestar en el mundo occidental y el Estado Tutelar en el llamado campo
socialista lograron alcanzar un papel decisivo en la organización de la
sociedad, en la promoción del desarrollo y en el arbitraje de los conflictos
sociales; funciones todas desafiadas en la actualidad, como lo veremos a
continuación.
Mercantilismo
Se denomina mercantilismo a un conjunto de ideas
políticas o ideas económicas de gran pragmatismo
que se desarrollaron durante los siglos XVI,
XVII
y la primera mitad del XVIII en Europa. Se
caracterizó por una fuerte intervención
del Estado en la economía, coincidente con el desarrollo del Absolutismo monárquico.
Consistió en una serie de
medidas que se centraron en tres ámbitos: las relaciones entre el poder
político y la actividad económica; la intervención del Estado en esta última; y
el control de la moneda. Así, tendieron a la regulación estatal de la economía,
la unificación del mercado interno, el crecimiento poblacional, el aumento de
la producción propia -controlando recursos naturales y mercados, protegiendo
la producción local de la competencia extranjera, subsidiando
empresas privadas y creando monopolios privilegiados-, la imposición de aranceles a los
productos extranjeros y el incremento de la oferta
monetaria -mediante la prohibición de exportar metales preciosos y
la acuñación inflacionaria-, siempre con vistas a la multiplicación de los
ingresos fiscales. Estas actuaciones tuvieron como finalidad última la
formación de Estados-nación lo más fuertes posible.
El mercantilismo entró en
crisis a finales del siglo XVIII y prácticamente desapareció para
mediados del XIX,
ante la aparición de las nuevas teorías fisiócratas
y liberales,
las cuales ayudaron a Europa a recuperarse de la profunda crisis del siglo XVII y las
catastróficas Guerras Revolucionarias Francesas.
Se denomina neomercantilismo a la periódica
resurrección de estas prácticas e ideas.
El mercantilismo es el
conjunto de ideas económicas que consideran que la prosperidad de una nación-estado
depende del capital que pueda tener, y que el volumen
global de comercio
mundial es inalterable. El capital, que está representado por los metales
preciosos que el estado tiene en su poder, se incrementa sobre todo mediante
una balanza comercial positiva con otras naciones
(o, lo que es lo mismo, que las exportaciones
sean superiores a las importaciones). El mercantilismo sugiere que el
gobierno
dirigente de una nación debería buscar la consecución de esos objetivos
mediante una política proteccionista sobre su economía,
favoreciendo la exportación y desfavoreciendo la importación,
sobre todo mediante la imposición de aranceles.
La política económica basada en estas ideas a veces recibe el nombre de sistema mercantilista.
Los pensadores mercantilistas
preconizan el desarrollo económico por medio del enriquecimiento de las
naciones gracias al comercio exterior, lo que permite encontrar
salida a los excedentes de la producción. El Estado adquiere
un papel primordial en el desarrollo de la riqueza nacional, al adoptar
políticas proteccionistas, y en particular estableciendo
barreras arancelarias y medidas de apoyo a la exportación.
El mercantilismo como tal no
es una corriente de pensamiento. Marca el final de la preeminencia de la
ideología económica del cristianismo (la crematística),
inspirada en Aristóteles y Platón,
que rechazaba la acumulación de riquezas y los préstamos
con interés
(vinculados al pecado de usura). Esta nueva corriente económica surgió en una época en
la que las monarquías deseaban disponer del máximo dinero posible para sus
cuantiosos gastos. Las teorías mercantilistas buscaban satisfacer esa demanda,
y desarrollaron una dialéctica basada en el enriquecimiento. Esta corriente se
basaba en un sistema de análisis de los flujos económicos muy simplificado en
el que, por ejemplo, no se tenía en cuenta el papel que desempeñaba el sistema
social.
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